Blog de aula de Irene Bal 3 eso C
Blog escolar sobre Lengua y Literatura y Ciudadanía de Irene Balastegui
domingo, 1 de junio de 2014
domingo, 18 de mayo de 2014
lunes, 5 de mayo de 2014
lunes, 21 de abril de 2014
lunes, 24 de marzo de 2014
Lazarillo del siglo XXI
Sevilla, 6 de
junio del 2014
A la atención del señor juez de la ciudad de Sevilla
Sepa usted, que yo,
nunca fui tal y como soy ahora. Mi infancia hasta los seis años fue
feliz ya que no tenía uso de razón y no sabía lo que
verdaderamente pasaba en mi casa. A menudo venían hombres y mujeres
y algunas personas más jóvenes, de unos 17 ó 18 años. Ellos daban
dinero por unas bolsitas con polvitos blancos o por paquetes de
cigarros. Estos se los daban a niños y niñas más jóvenes. Mis
padres a veces traían objetos de valor como móviles, joyas o
carteras. Inocente de mí, no sabía de qué se trataba, hasta que al
cabo de los años comprendí que esas “bolsitas blancas” eran
sustancias alucinógenas y que esas joyas, carteras y móviles eran
robadas con la finalidad de poder comer y comprar algo de ropa.
Cuando traían varios móviles nos daban uno a alguno de nosotros
para aparentar el tener algo de dinero.
Todos los domingos
íbamos a un descampado en el que montábamos unas mesas e
intentábamos que la gente viniera y comprara las carcasas de los
móviles limpiadas y pintadas para que quedasen irreconocibles.
De todos mis hermanos
yo era el más moreno, tenía los ojos azules a diferencia de todos y
el pelo oscuro, casi negro. Siempre solía llevar una camiseta
blanca, que rápidamente se me ponía negra de la suciedad, pero me
importaba poco y unos pantalones vaqueros con una raja en la rodilla
derecha. Mis botines eran viejos pero siempre intentaba que
estuvieran lo más limpios y cuidados posibles ya que eran mis únicos
zapatos.
Cuando mi padre
conseguía dinero, era muy amable y cariñoso pero cuando no lo
conseguía era mejor esconderse o no hacer nada porque entonces
llegaba con una botella de whisky a la que daba un par de sorbos y
luego dejaba encima de la mesa. A continuación, se aproximaba ante
mí o alguno de mis hermanos. A veces llegaba mi madre y se
interponía para que no nos hiciese nada. Entonces se iba para ella y
comenzaba un infierno para todos.
Al día siguiente,
con el ojo morado y el labio inflamado y amoratado por los golpes, se
levantaba, veía una rosa roja a los pies de la cama y comenzaba a
llorar. Alrededor de cinco minutos más tarde, ella, bajaba con una
radiante sonrisa. Algunos días veía como la observaba a través de
la rendija de la puerta, me llamaba y me decía que lloraba de
alegría ya que estaba cerca suya. Al principio me lo creía pero
luego, supe que lloraba por otra cosa, me lo imaginé y no le
pregunté. A veces, yo, la despertaba dándole un beso o llevándole
el desayuno a la cama ya que sabía que estaba triste y eso la podría
poner un poco más contenta.
Las peleas pasaron de
ser ocasionalmente a ser casi diarias y a mi madre no le daba tiempo
a recuperarse cuando mi padre le pegaba de nuevo y si lo intentábamos
detener era aún peor con ella y con nosotros.
Una noche, ella, se
encontraba enferma. Se había llevado todo el día en la cama. Solo
bajó para ver si estábamos bien, ya que no estaba mi padre y no
había nadie que nos cuidara. Justo en el momento en el que ella
estaba abajo, llegó él. Vacilaba al andar, y decía cosas que
carecían de sentido. Llamo a mi hermano dos años mayor que yo
-¡Luis - dijo gritando. Mi hermano se acerco corriendo y le dijo -
trae una botella de vodka. Se la trajo y la abrió con los dientes,
entonces vio a mi madre y le gritó - ¡Todo esto es culpa tuya y de
los niños! - ella le miro de forma extraña, como, preguntándose
porque y entonces se fue para ella y le dijo – ¡ten valor de
negarlo! – estaban tan juntos, cara a cara , cuando de repente, sin
ella decir nada, le pego un bofetón. Ella derramo una lagrima, más
que de dolor, de tristeza, entonces mi padre le dijo – créeme esto
me duele más a mí que a ti – y comenzó a pegarle, entonces deje
atrás mi temor hacia él y le grité - ¡Basta! – me miro, tiro mi
madre al suelo y me dijo – cállate si no quieres que vaya a por ti
mocoso - , estas palabras me dieron igual e intente pararlo, pero qué
podía hacer un niño de ocho años contra él. Ella nos mando a la
cama, pero los gritos se oían igualmente. De repente oí que la
puerta se cerro de un portazo y baje corriendo, llame a gritos a mis
hermanos y entre todos la subimos a la cama. Le pusimos una toalla
mojada en la frente y la intentamos curarla como pudimos, ya que, no
quería ir al hospital para que cuando el volviera y no se encontrase
allí y dejarnos a solas con él. Nos dijo casi susurrando que nos
quería y que éramos lo mejor de su vida y nos mandó a la cama.
Obedecimos ya que no estaba para discutir.
Pronto dejé mi
infancia atrás y tuve que, de un salto, intentar comportarme como un
adulto, ser más valiente e intentar sobrevivir por mí mismo.
Comencé a tomar mis propias decisiones y a tener mucho cuidado con
ellas ya que cualquier error me podría costar a vida. De repente
dejé de darle tanta importancia a las cosas que creía que las
tenían y dárselas a otras cosas más importantes y por último
intentar mantener la calma en cualquier situación peligrosa.
No paraba de llorar
por el dolor y me senté en una esquina. Pronto se hizo de noche y se
acercó un hombre de aspecto extraño, con largas barbas que tenía
una furgoneta la cual aparcó de cualquier manera al verme. Llevaba
una camiseta que ponía rock and roll y tenia las mangas arrancadas,
de tal manera que era de tirantas, unos pantalones anchos y rajados y
unas botas militares. Se acercó a mí y amablemente me ofreció a
subir al vehículo, le dije que no y entonces, bruscamente me
enganchó del brazo. Intente huir pero fue en vano. Me puso una
toalla maloliente en la cara y acto seguido me dormí.
Cuando abrí los ojos
olía a tabaco y sonaban canciones de rock and roll. Habían varios
niños en la furgoneta. Algunos seguían dormidos, otros lloraban y
uno gritaba y pegaba porrazos para intentar que alguien le oyera y
sacarnos de allí hasta que de un golpe seco la furgoneta paró, se
bajo el conductor, que era el hombre que me había metido allí y le
dijo- vuelve a hacerlo y te pego un tiro-. Lo que más me sorprendió
fue la serenidad con la que lo pronunció, no estaba nervioso y
supuse que estaba acostumbrado a hacer este tipo de cosas. Cuando
cerró la puerta aproveché que no tenía la camiseta puesta y la
puse en el pestillo de modo que no se cerró.
Entonces se puso en
marcha y recorrimos grandes caminos cuando de repente se paró. Me
asomé sigilosamente y vi que era un semáforo. Me bajé.
Afortunadamente no había ningún coche detrás. Me escondí tras un
árbol. Sabía, que echaría de menos aquellas canciones, que de
algún modo hacían que me distrajera y no pensara en mi desgracia.
Al llegar a aquel
desconocido lugar, las personas que estaban allí hablaban mi idioma
pero de una peculiar manera, siseaban y acortaban las palabras. Hacía
tanto calor allí, brillaba el sol apenas había nubes, las flores
estaban en su plenitud; y eran todos tan sonrientes, que la alegría
se contagiaba. Acostumbrado a no salir nunca de Madrid, y la primera
vez que lo hacía era solo y en estas condiciones.
Paré a un hombre que
pasaba cerca mía y le pregunte que donde estaba. Él,
sonriente, me
dijo, chiquillo estas ante la ciudad más bonita que puedas ver, te
encuentras en Sevilla. Al decirme esto quede sorprendido, cómo podía
a ver ido a parar allí, me pregunté.
Ya no podía regresar
a mi tierra, ni quería ya que estaba llena de malos recuerdos aunque
no paraba de preguntarme como estarían mis hermanos.
Comencé a caminar
hacia ningún lado, estaba hambriento y sediento cuando de repente
hallé un parque que en medio suya se encontraba una gran fuente. Sin
saber si seria potable o no comencé a beber. Las personas me miraban
de forma extraña pero mi ansia hizo que me diera igual. Al cabo de
un rato me empezó a doler el estómago, parecía que hubiese un
infierno dentro de el, me encontraba tan mal, no sabía qué hacer.
Vino un señor de unos sesenta años pero se conservaba en muy buen
estado. Me pregunto si me encontraba bien, yo negué con la cabeza,
entonces me preguntó mi nombre – Andrés- dije con la poca fuerza
que tenía en la voz. Me subió a su espalda y acto seguido me
desmallé. Al rato abrí los ojos, me encontraba en una casa. Él me
preguntó donde estaban mis padres ya que podrían estar preocupados.
Negué de nuevo con la cabeza. Entonces llegó un medico, lo supe ya
que traía una larga bata blanca y me observó. Estuvieron hablando
durante un rato, no quise prestar mucha atención pero oí como el
doctor me ponía en lugar de su hijo y él, no lo negaba. Cuando se
fue me pregunto qué me había pasado, intente mentirle pero era muy
astuto y acabé diciéndole todo lo que había pasado. Me ofreció
cobijo durante unos días. Hasta que un día, de repente, le empezó
a doler el pecho. Acto seguido murió sin yo poder hacer nada para
salvarle.
No sabía qué hacer,
cuando entonces pensé que me podrían echar la culpa de su muerte,
con lo cual cogí algunas monedas que guardaba y huí. A los 3 días
se me acabó el dinero, entonces por la necesidad metía la mano en
el bolso de algunas ancianas, que por olvido dejaban abierto, con
cuidado sacaba las carteras que sobresalían de los bolsillos de
algunas personas, me iba a mercadillos que ponían y en los puestos
en los que había mucha gente cogía algo que luego intentaba vender
o intentaba robar algo en las tiendas. Cuando robaba y se daban
cuenta, salían corriendo a intentar cogerme pero siempre me
escapaba. No sabía dónde dormir así que entraba en los portales
que estaban abiertos y me ponía a dormir en algún rincón de allí
y por la mañana, temprano me despertaba para huir ya que algunos
vecinos se molestarían y podrían meterme en un lío.
De momento me iba
bien hasta que di con un niño de mi misma edad, con el nombre de
Marcos y estaba en las mismas condiciones que yo; abandonado,
mendigaba y robaba para sobrevivir y no sabía qué hacer. Nos
hicimos amigos rápidamente, era bastante torpe, por lo cual siempre
tenía que estar pendiente de él, hasta que un día, Marcos, de
repente enfermó. Tenía fiebre alta y estaba mareado. Decidí que
tenía que hacer algo, entonces, fui a una farmacia corriendo. Le
pedí antibióticos y cuando fui a pagar, cogí la caja y me fui
corriendo. El farmacéutico, era bastante joven y de pinta atlética,
con lo cual me alcanzó rápidamente me enganchó del chaleco y me
agarro. Acto seguido formó un coro de personas al rededor nuestra -
¡llamad a la policía!- grito él. En pocos minutos llegaron. El
agente de policía fue a meterme en el coche y le supliqué que le
diera la caja a Marcos que estaba en un banco a la entrada de
Torreblanca. El agente la cogió y se metió en el coche sin decir
nada.
Por estos motivos
hice esto. Fue por pura necesidad, nunca por avaricia. Sé que tendré
que tener castigo por lo que he hecho y he de entrar en la cárcel,
pero tenga en cuenta los motivos.
Un cordial
saludo, Andrés Hernández.
lunes, 27 de enero de 2014
jueves, 21 de noviembre de 2013
Los textos de la prensa. Actividad final.
El horror acecha de nuevo.
La trágica muerte del rey Alfonso devorado por los lobos la pasada noche de los difuntos nos sorprende en el Monte de las ánimas por ir a buscar una banda azul .
La pasada noche de los difuntos el rey, temeroso, tuvo que partir al Monte de las ánimas para buscar una banda azul, la cual iba a ser un regalo para él mismo de su prima Beatriz. Partió cuando las campanas sonaban en San Juan del Duero. Él, gozoso habría ido otro día, pero justo a ese le tenía un gran horror. La ironía de su prima fue lo que le hizo partir en ese viaje que le costaría la vida.
Tras partir en aquella búsqueda pasaron varias horas, su prima, al pensar que había huido por el miedo se fue al oratorio. Despertó al oír el reloj del Postigo que marcaba las doce. Las puertas crujían y el viento azotaba las ventanas. Beatriz inmóvil y temblorosa adelantó la cabeza fuera de las cortinas. Veía bultos moviéndose de un lado para otro por el fruto del miedo. Intentó engañarse a sí misma para intentar dormir pero le resulto en vano. Aterrorizada pasó la noche hasta que por fin vio los primeros rayos de luz. ya se disponía a reírse de sus temores pasados cuando vio sangrienta y desgarrada la banda que fue a buscar Alfonso. Su servidores llegaron para comunicarle la muerte del rey cuando la vieron muerta de horror.
Dicen que un cazador extraviado se pasó la noche en aquel monte, antes de morir, pudo contar aquellas cosas horribles que vio. Asegura ver los esqueletos levantados al sonido de las campanas y que caballeros sobre sus osamentas de corceles perseguían a una hermosa mujer que gritaba mientras daba vueltas sobre la tumba de Alfonso.
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